martes, 7 de noviembre de 2017

LA CHIQUITILLA


LA CHIQUITILLA
Nací en calle Carrión número tres. En mi propia casa me parió mi madre. En aquellos tiempos era muy normal. Eso lo se porque me lo han contado. Con catorce años me mudé al número cuatro. Calle Carrión es frontera entre Capuchinos y La Victoria. Los números pares son Victoria y los impares Capuchinos. Hice bachiller elemental en Salesianos y superior en Maristas. Capuchinos y Victoria.
Pero no toca hablar de eso ahora. Toca hablar de la calle Carrión y de uno de mis primeros recuerdos.
La calle, la cuesta,  estaba formada por viejas casas de vecinos, digamos, "acorralonadas" en la acera impar. En la acera par estaba un edificio “moderno” de tres plantas y “la tapia”. La tapia era territorio prohibido, por ella se accedía a un solar que luego ocuparon los números 4 , 6 y 8. Bloques ya muy modernos. Detrás de la tapia se escondían según mi madre los peores males que podían sucederle a un niño de mi edad. Luego supe que se refería a tétanos y otras enfermedades que se podían contraer por las heridas que un solar abandonado y lleno de escombros hierros oxidados, cadáveres putrefactos de animales y cristales rotos podían infligir a los niños.
Remotamente la recuerdo como una calle empedrada con dos amplias aceras escalonadas también empedradas. Pero cuando sucede ésta historia ya estaba asfaltada.
En el número 11 vivía “La Chiquitilla” con su familia de la que sólo recuerdo a su madre , una mujer recia y fuerte con el dorso de las manos siempre en la cintura , en posición imperante.
La Chiquitilla debería tener tres años. Nunca supe su nombre, pero pasaba mucho tiempo sola en la calle, con los demás niños que ya tendríamos seis o siete, y algunos, más.
La Chiquitilla era muy bajita. Luego supe que su percentil de talla era bajo.
Tenía una barriga prominente. Luego supe que se debía a un déficit crónico de proteínas (Kwashiorkor).
Era “patizamba”. Luego supe que tenía un déficit de calcio y de vitamina D (Raquitismo).
De su nariz siempre colgaban dos “velamocos” verdes. Luego supe que con todo lo anterior era muy normal que enfermara fácilmente de las vías respiratorias altas y más teniendo en cuenta que vivía en una casa bastante insalubre.
Los niños la teníamos como una mascota y las niñas mayorcitas como una muñeca. Jugábamos a ello con ella.
La Chiquitilla pasaba hambre. Su madre lo sabía y lo usaba para manejar su voluntad.
La forma de que entra en casa es que su madre le dijera “ven que te voy a dar manteca”. Una niña mayor me comentó un día al oído: “Lo mismo le da la manteca sin más, no creo que tengan ni pan”.
Entonces no fui consciente de nada. Pero luego me he dado cuenta de que en mi infancia había gente que pasaba hambre.
Cerca, muy cerca de mí.
LASALASAETA.


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